Jacky St. James no deja de sorprender al espectador y de reafirmarse como la cineasta más talentosa del porn valley. Hace cine con mayúsculas. Domina el lenguaje cinematográfico; construye guiones estudiados y milimetrados para narrar historias sugestivas, eróticas y permanentes; sabe sacar lo mejor de los actores y actrices en cada momento, y hace un tándem magnífico con el otro gran activo de sus películas, el cámara, director de fotografía y montador Eddie Powell, de quien aprendió mucho en sus inicios y que en esta ocasión comparte méritos con Gabrielle Anex en el montaje y con Paul Woodcrest con la cámara.
En esta ocasión, como ya hizo con 'The Submission of Emma Marx', St. James presenta una historia de liberación sexual, una historia de sentimientos, de cambio de vida y de apertura al mundo donde el sexo está siempre presente. Su trabajo recuerda al cine porno de la edad de oro, a esas películas de hace más de tres décadas en las que las historias calaban e importaban y en las que la excitación sexual iba más allá de las escenas sexuales en sí.
Y aquí lo hace con la historia de Anna Lee (Maddy O'Reilly), una chica frustrada sexualmente, una chica con deseos sexuales incapaz de llevarlos a cabo que, aconsejada por su psicóloga, se somete al internamiento y tratamiento en la casa de dos hermanos, Caige y Whitney Savage (Steven St. Croix e India Summer), que intentarán liberarla sexualmente con una terapia poco ortodoxa.
A medida que su terapia va avanzando, la temperatura sexual de la película va en aumento. Anna Lee habla de sexo con sus terapeutas; acaricia, con los ojos vendados, el pene de un hombre desconocido; se masturba; siente el sabor de la piel de otro hombre; da un masaje; desnuda y deja que la desnuden; observa, con los ojos vendados, a una pareja teniendo sexo, elucubra sobre la sexualidad de otros... y todo eso lo salpica con sus propias fantasías frustradas.
Fantasías con Emmet (Xander Corvus), otro paciente de los hermanos Savage que, al principio por separado y luego junto a Anna, intenta superar su problema, la adicción al sexo sin ataduras ni sentimientos, el lado opuesto a Anna. Su interacción servirá para progresar en la terapia de ambos y nacerá entre ellos un sentimiento contenido que les hará avanzar.
Y, como he dicho, todo este viaje sexual y sensual consigue excitar y hacer volar tu mente más allá de las escenas sexuales completas, que son cuatro, como en casi todas las películas de St. James.
Y la directora, junto a Powell, lo logra con una dirección y un montaje sugerentes y acertados, combinando con sentido planos medios y generales con primeros planos de las caras y las partes de los personajes; potenciando, en ocasiones, las reacciones sobre las acciones.
Dos de las escenas sexuales completas tienen como protagonistas a los terapeutas. Una con India Summer y Johnny Castle, follando ante los ojos vendados de Anna.
Y la otra escena tiene a Steven St. Croix en la mente de Anna, que se imagina cómo folla con Jessa Rhodes, a la que intenta analizar sexualmente.
Mucho más caliente es la escena que rememora Xander Corvus ante la terapeuta, una sesión de sexo con una prostituta interpretada por Natalia Starr, vestida con un traje de rejilla y una máscara, que nos muestra la sexualidad de Emmet, intensa, directa y con cierto toque de sometimiento.
Y también muy intensa es la escena final entre Corvus y O'Reilly, que combina sensualidad y ferocidad con dulces mamadas, algo de spanking, sexo intenso, besos, facefucking y mucha química y complicidad.
Pero, para mí, la escena más caliente es la tarea final de la terapia de Anna. Atada con grilletes de piel y cadenas a una cruz de madera, vestida de piel y con los ojos vendados, se deja ir sexualmente bajo las manos y bocas de Summer, St. Croix, Castle y Rhodes.
Uno por uno al principio, y los cuatro juntos al final, poseen el cuerpo de Anna jugando con chocolate y otros alimentos sobre su piel, masturbándola, besándola, acariciándola y manoseándola hasta el éxtasis.
Se trata de una escena realmente excitante y sensual, no sólo por el buen hacer de todos los actores, sino por una planificación, un montaje, una fotografía y una música ideales. No sólo es la escena cúlmen de la terapia, sino también la escena en la que acabamos sucumbiendo a Maddy O'Reilly como una performer a seguir de cerca y en la que vemos el gran talento que, más allá de la narrativa, tiene Jacky St. James rodando sexo.
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