El drama con toques románticos no es el género ideal para el porno. Su ritmo inherente choca con la diseminación de los clímax sexuales y puede llegar a exasperar al espectador, ávido de que sucedan cosas, de que todo avance (y no sólo hacia la siguiente escena sexual). Sin embargo, un buen guión y una dirección acertada lo pueden hacer funcionar y muy bien, y eso es lo que logra Brad Armstrong con 'Aftermath', donde vuelve a demostrar que es un director y guionista versátil, talentoso y cuya experiencia da seguridad a cualquier proyecto.
La piedra angular de 'Aftermath' es, sin duda, su guión, que da a esta historia de búsqueda, encuentro, anagnórisis y pasión una estructura perfecta, haciendo que podamos avanzar por ella sin que se recree en la nada, sin que el sexo estorbe ni escasee ni suene forzado, sin que la idiosincrasia del drama romántico choque en demasía con su género principal, el pornográfico.
Y no era fácil, porque el planteamiento de melodrama televisivo no daba esperanzas para ello. 'Aftermath' nos cuenta la historia de Danny (Tyler Nixon), un chico que, al cumplir 18 años, recibe de manos de su madre las llaves del coche de su padre, fallecido cuando él era sólo un niño. En el maletero, descubrirá unas fotos y una carta de una mujer llamada Nina (Jessica Drake), a la que buscará en la ciudad de Nueva York para saber qué relación tenía con su padre y conocer sobre él algo más que lo que le cuenta su madre.
Reforzando su excelente guión de melodrama, Armstrong disemina la información con acierto, mostrando la cara oculta del padre y las dudas y las contradicciones de Nina cuando toca. Y, además, acierta con el giro final fuera de trama que nos revela algo que los personajes han ido mencionando con peso, pero de pasada, la forma en la que murió el padre de Danny.
Pero más allá del guión, es de vital importancia el reparto escogido. Y es que Drake, que ha aprendido mucho durante estos años, logra una interpretación comedida y creíble como una mujer cuya vida da un vuelco en un minuto y tiene la oportunidad de dar un final al frustrado romance de su vida.
Y con ella, Tyler Nixon (el nuevo chico guapo del porn valley), que sabe jugar con esa inocencia arrebatadora que tienen todos los jóvenes valores de Hollywood para ganarse al espectador, y dos secundarios de lujo, Xander Corvus y Bonnie Rotten, con dos personajes anecdóticos que regresan al final para ayudar al protagonista y que, sin duda, merecerían un spin-off que daría para mucho.
Estos dos personajes protagonizan una de las dos grandes escenas sexuales de la película. En el autobús que coge Danny para ir a Nueva York, Corvus y Rotten disfrutan de una excelente escena oral y de masturbación ante la mirada furtiva de Nixon, que ve cómo la ropa va saltando, cómo la garganta de Bonnie se va llenando y cómo el asiento se empapa con el squirt de Rotten, que logra con Corvus una escena tan íntima como salvaje.
El otro gran momento sexual de la película llega cuando Nina lleva a Danny a un club swinger que frecuentaba con su padre. Allí, Nixon y Drake se unen a Asa Akira, Aubrey Addams, Kaylani Lei, Sarah Jessie, Vicki Chase, Brad Armstrong, Eric Masterson, Erik Everhard, Mr. Pete y Ryan McLane en una gran orgía en la que Akira y Drake disfrutan de una doble penetración y donde todos están geniales, disfrutando de verdad de un sexo sin complejos ni límites.
A Nixon, muy desconcertado tras ver lo que le esperaba allí dentro y conocer ese lado oculto de su padre, no le cuesta mucho entrar en materia, dejándose hacer por jaksjaksa y, más tarde, jugando con todos en una orgía que no se basa en cinco parejas, sino en un goce general en el que todos disfrutan de todos en algún momento.
Más allá de estas dos escenas sexuales, la película empieza a cojear. Es cierto que las escenas entre Nixon y Drake (tienen tres, una de arrebato en el dormitorio, una oral en la cocina y una de pasión en la oficina) destilan química entre los performers y funcionan con la trama; pero no son escenas tan perdurables y destacadas como las dos anteriores.
Sin embargo, se puede decir que Armstrong acierta al plantear estas escenas como tres arrebatos pasionales donde prima la química y la atracción irresistible entre ellos, contraponiéndolas a la del bus y a la orgía, donde destaca el vicio ensombreciendo los sentimientos.
El problema es que el resto de las escenas no están al nivel. La madre de Danny (Brandi Love) rememora en un sueño un polvo con su difunto marido (Ryan Driller); Driller se tira en la oficina a Drake en un flashback, y Nixon se folla a su novia (Chloe Amour) en su coche recién heredado. Son escenas sin fuerza, sin goce, demasiado convencionales y olvidables. Y, además, la de la madre y la de Nixon con su novia son las dos primeras escenas sexuales de la película.
Pese a este gran handicap sexual, que se contrapone a dos grandes escenas y a otras tres que funcionan pese a no destacar, la película funciona muy bien y deja claro que Armstrong sigue siendo un valor tras las cámaras en Wicked Pictures. El director canadiense vuelve a colar su gran apuesta del año en la terna de los AVN como posible mejor película; eso sí, en un año muy complicado en el que Digital Playground tiene todas las papeletas para triunfar.
0 comentarios